2-1 o Los caminos de la vida no son cómo yo pensaba...

jueves, 13 de agosto de 2009

Resulta que México ganó, yo no lo vi, pero me contaron. No lo vi y ni siquiera porque el Doctor Bara Bara estuviera concentrado en el pasito duranguense o en esa canción que versa Ehhh Macarena aaa ayyy... No. Estaba en el tráfico, tráfico, tráfico durante noventa minutos y sin tiempos extras... para mi fortuna.



Andaba yo- o el Doctor Bara Bara- muy trabajador, muy baile que baile cuando de repente, zaz, que da una vuelta grado 33 y acto seguido, una bola onda la Mujer dormida apareció en mi tobillo.



Ante tremendo espectáculo, el señor Álvaro decidió que me fuera y sugirió que llamáramos al Gran Capi pero puss me daba pena penita loca (Verónica sic) sacarlo de sus meditaciones en torno a la selección y el mundial, así que pedimos un taxi.



Pocas veces he estado en un taxi, particularmente porque uno lo toma por prisa y ellos van tan lentoooo y tomando atajos que más que atajos parecen laberintos (o a menos que la definición de atajo sea otra en la terminología taxeril) y porque uno acaba pagando más por menos, pero no tenía de otra.



El taxista no era viejo, no era joven y tampoco era una quimera como dicen los que creen que eso es un chiste ¿O una reflexión?. Era y ya. Hablaba poco y lo hacía de usted y en cuanto me subí, mi sensor antidelincuentes-homicidas-violadores se activó por 3 motivos:



1)No tenía taximetro



2)No tenía tarjetón, al menos a la vista



3)Era silencioso como la mayoría de los asesinos seriales.



A los 5 minutos de que lo abordé y después de indicarle hacia dónde ibamos, sugirió un atajo. Úchalas no me pareció y armándome de valor le dije: Yo creo que podríamos dejar la posición izquierdista y liberal pa luego, lueguito y ser un poco más conservadores siguiendo las flechitas.



Bueno... algo así le dije, palabras más palabras menos. Y me hizo caso. A los 10 minutos y 2 metros de avance, hasta la misma Marieta maldijo su posición de derecha. Eso nomás no avanzaba.


Los dos estabamos enojados. Él no hablaba y nomás veía con nostalgia el peri que- aunque usted no lo crea- fluía como sangre en vena mientras se ejercita el cuerpo y yo trataba de aguantarme el dolor. A los 20 minutos decidimos darnos un chance y hablar un poco.

Él me dijo que si se hacia tarde para que fuera al partido, yo le dije que no, que no lo tenía pensado y él me sonrió. Entonces... entonces inició su monólogo. La cosa era trágica pero sencilla:

Él jugaba y muy bien, hace 20 años. Pertenecía a la tercera división de un equipo X (los nombres y lugares serán cambiados para proteger la identidad del susodicho taxista) y le decían LA MUERTE JUGANDO. Era el mejor.

Ese día, el día del partido final de la tercera división lo iban a ascender a segunda. Estaba feliz. Perooo los malvados del cuento le mandaron a un jugador viejo, como de la edad que ahora tengo yo, gordo y malencarado, namás llegó a darme en el tobillo y me rompió el empeine. Ya no jugó más.

Tuvo una operación y después de año y medio intentó correr con el balón pero no pudo, no señor. De ahí a la fecha sólo ha pisado la cancha en 3 ocasiones.

1) Cuando tomado a las once de la noche sus cuñados lo convencieron de jugar un partido, pero el ardor en el empeine lo hizo sentarse.

2) Cuando un chavo de su colonia le debía dinero y la mamá le dijo que sólo en las canchas lo iba a encontrar.

3)Cuando sí lo encontró pero le dijo qeu regresara al otro día pa pagarle.

Después de perder su destino, se destinó a ser el mil usos. Ahora es músico de a ratos, taxista y vendedor de material para construcción en pequeña escala, antes fue poli, frijolero e imitador de cantantes, todo el tiempo tiene nostalgia y nunca, nunca de los nuncas ve un partido ni en la televisión.

A veces maldice al gordo viejo que me arruinó y a veces se acuerda de lo que le dijo su maestro de secundaria un día cuando regresaron de un torneo con el trofeo entre sus manos.
sobre que estaba seguro que un en el futuro lo vería en la televisión, siendo jugador prefesional; decía todo esto y lo decía con emoción, con enojo, con desarraigo.

Ya en confianza y 45 minutos en el tráfico, hasta me enseñó un video de su hijo tocando la guitarra y justo cuando el niño terminó de tocar, llegamos a la casa.

La abuela Cari que estaba platicando con la señora de la tienda me vio bajar y luego luego le gritó al Mudo- que estaba escuchando no sé qué chisme del Padrino (que misteriosamente no es Padrino de nadie, buenoo, de Verónica) y entre los dos me metieron a mi cuarto.

No me pude despedir chido del taxista porque entre el barullo del acomodo, cuando miré para atrás ya iba dando la vuelta, pero ahora sé que indiscutiblemente, jamás volveré a ver un partido sin pensar en que lo peor de no tener destino, es mirar cómo se sube a un avión con boleto sencillo.